En 2018, un adolescente tímido y experto en ‘hackeo’ se convirtió en uno de los criminales y millonarios más jóvenes de la historia. Ahora ha contado su historia en la revista ‘Rolling Stone’, pero su entrevistadora se pregunta si lo ha dicho todo.
Alex Morris, redactora de la revista Rolling Stone, ha sido la primera en conseguir una entrevista en profundidad con Ellis Pinsky, el ladrón informático al que la prensa de Nueva York ha bautizado como Baby Al Capone. Se publicó el 8 de julio, y es todo un documento sobre lo mucho que se ha sofisticado y enrarecido la ciberdelincuencia en los últimos años.
Morris cuenta cómo tardó varias semanas en ganarse la confianza de Pinsky, al que describe como “un niño que acaba de dejar de serlo para convertirse en un joven adulto corroído por la angustia”. La reportera y el criminal precoz tuvieron varias sesiones de contacto en terrazas del campus universitario en el que estudia él. Al final, Pinsky accedió a contarle toda la verdad con la única condición de que no omitiese ningún detalle de importancia en su artículo: “Quiero que el mundo conozca mi versión de la historia, y no se trata de una versión sencilla. Hay que contarla bien”.
Del relato de Morris emerge la figura de un niño perfectamente normal, hijo de migrantes nacidos en la antigua Unión Soviética. La familia vivió en la ciudad de Nueva York hasta que se trasladaron a Irvington, una apacible ciudad dormitorio a orillas del río Hudson, cuando Ellis tenía 11 años. En su nueva residencia suburbana, ese niño rechoncho y algo tímido, pero no exento de habilidades sociales, empezó a aficionarse a videojuegos online como Counter Strike o Call of Duty. Después empezó a frecuentar a la joven comunidad de aspirantes a pirata informático que rodea los entornos gamers. Hackersveteranos que se habían fijado en sus progresos como corsario vocacional empezaron a compartir con él lo que sabían a cambio de que realizase modestas tareas para ellos, no siempre legales. Sobre todo, actos de lo que se conoce como ingeniería social, es decir, sonsacar a trabajadores de redes sociales o servicios informáticos claves, contraseñas o credenciales profesionales con las que acceder a equipos ajenos. Se trata de una tan burda como eficaz técnica de espionaje. Alguien presume en un foro de informática de que trabaja como programador en prácticas en Twitter o Microsoft y puede acceder a una serie de cuentas de usuario o de teléfonos móviles, y tú muestras interés, te ganas su confianza y consigues que te cuente qué es capaz de hacer en realidad o cómo lo hace.
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