Nada bueno puede surgir de un empresario que enfrenta solo los desafíos.
Hay un empresario que ha tenido logros extraordinarios. Creó una empresa que ha crecido, sobrevivido grandes crisis, se ha internacionalizado exitosamente y creado una marca valiosa en su industria. Nos ha contado la relación con su familia. Muy temprano decidió involucrar a sus hijos en el negocio, siguiendo tal vez la tradición de su casa. Los hijos terminaron sus carreras y se incorporaron de tiempo completo en posiciones de responsabilidad en la organización.
No hubo tiempo de formarlos, ni de que maduraran en otras empresas, ni de que digirieran lo que implica tomar una posición de jefatura en un negocio. Como en otros casos, los hijos se desubicaron, perdieron la brújula, y se sintieron con derechos, con poder, con una autoridad no ganada.
Al tiempo, su posición tomó tal peso en la compañía que empezaron a crear distorsiones en la cadena de mando, llegando al grado de faltarle al respeto a su padre, criticándolo y cuestionando abiertamente sus decisiones. El padre no sabía qué hacer. Ya no tenía idea de cómo manejar la situación con los hijos.
Lo más grave es que el negocio estaba creciendo a pasos agigantados y enfrentando grandes retos. La oportunidad de dar otro gran brinco se estaba escapando.
Suele haber varios momentos de soledad para el líder de un negocio en crecimiento. Soledad en la dirección, cuando al crecer se necesita conseguir los primeros gerentes sin experiencia para contratarlos y dirigirlos. Soledad cuando al seguir creciendo se requiere conformar un sistema de gobierno más complejo, generalmente con un consejo de administración, sin saber compartir las decisiones de dueño ni cómo hacer valioso un órgano de gobierno colegiado.
Soledad en la sucesión, cuando se inicia el proceso de empoderar a la siguiente generación, y toca empezar el proceso de retirada. Soledad en el retiro, cuando los hijos han logrado asumir el liderazgo del ser dueño y corresponde hacerse a un lado.
Sí, la soledad es un gran dique de crecimiento. Bloquea el desarrollo de la sinergia y el trabajo de conjunto, se acompaña de la falta de alineación de querencias, dificulta el rediseño de fórmulas de gobierno que respondan a los cambiantes retos de la gestión empresarial, complica la sucesión en los tiempos en que tiene que ocurrir.
Soledad puede ser incapacidad de compartir, incomunicación, pretensión de poder lograr las cosas solo, con el propio esfuerzo de liderazgo. También puede ser dificultad para aprender a escuchar, a trabajar en equipo, a delegar el poder, a formar colaboradores pensantes y autónomos, a crear una organización poderosa y flexible.
Pero antes que nada la soledad del empresario es una situación emocional. El empresario que se siente solo fácilmente se aturde, se atolondra, y le cuesta trabajo tomar e implementar buenas decisiones.
No se refiere a la necesaria y sana soledad que a veces nos ayuda a reflexionar y poner en orden nuestras ideas, que nos enriquece espiritualmente y nos ayuda a crecer como personas. Es la soledad por incapacidad de encontrar quien nos haga fuertes, quien nos ayude a rebotar y cuestionar nuestros pensamientos, quien nos haga sentir que tenemos de dónde asirnos.
Se siente feo sentirse solo cuando necesitamos compañía, no encontrar apoyo cuando más lo requerimos, no tener a nadie con quién compartir los problemas, y ahogarnos en la sensación de impotencia personal. Hay que descubrir cómo hacernos acompañar de gente clave que nos complemente y haga fuertes.
Durante el crecimiento personal de empresario y la formación como dueño hace falta aprender a hacerse acompañar; hace falta un consejero que ayude a pensar y a decidir. Tenemos que romper el cerco de la soledad, y aprender a comunicarnos, a recibir retroalimentación, a ser bien aconsejados. Luego sigue aprender a delegar y compartir el poder a fin de crear estructuras humanas para operar, dirigir y gobernar.
No permitas que la soledad te detenga.
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